miércoles, 21 de junio de 2006

Entrevista a mi mesita de noche

Estaba esa noche caminando rumbo a casa “masticando” la idea de una entrevista con mi mesita de noche. Me preguntaba cosas como, en primer lugar, si me quisiera dar una entrevista; o qué preguntas podría hacerle y, lo que creí peor, qué sería lo que me respondería. Conforme iba subiendo las escaleras del edificio donde vivo, me sentí como aquel aprendiz de reportero cuando lo envían a realizar su primera entrevista y le toca alguna personalidad del medio, y que encima, tiene la peor fama de todos. Escuchaba los latidos de mi corazón, las manos me empezaban a sudar, en fin, me sentía bastante nervioso al respecto.

Entré a casa, no había nadie pues mi hermana estaba de viaje, decidí sentarme en mi sala como esperando mi turno, aquella voz que dijera: Pase, el señor Mesita de noche lo está esperando. Estuve sentado en mi sofá unos minutos cuando, por propia voluntad, decidí entrar a mi cuarto, a mis sacrosantos aposentos donde el amo y señor, en ese momento, era el señor Mesita de Noche.

Apenas irrumpí en mi cuarto, sentí una mirada sobre mí que me seguía en todo momento. La ansiedad me estaba matando, así que decidí enfrentar al toro por las astas o, en este caso, enfrentar a la mesita por las patas. Bien formalito como la ocasión lo ameritaba, pues así me enseñaron mis padres, me detuve frente al anfitrión de turno y le dije en el tono más cortés que tenía en aquel momento, procurando no titubear: Buenas noches. Entonces un silencio sepulcral reinó la habitación por unos minutos, su arrogancia al no contestarme el saludo me ponía aún más nervioso que al inicio. Pensé que quizás había hablado muy bajo, presa del nerviosismo, entonces decidí saludarlo nuevamente: Buenas noches, Señor Mesita de Noche…

¡Ah Buenas noches, chico! Me respondió cual viejo canchero tratándome de dar algo de confianza. ¿Por qué tanta ceremonia? –Me dijo- he estado contigo desde que llegaste a esta casa; así que yo creo que tenemos algo de confianza. Esa afirmación me dejo atónito, con mis ojos puestos firmemente sobre él, fue entonces que mi boca empezó a balbucear algo que luego entendí lo que era: Lo que pasa es que como lo saludé y no respondió, yo creí que… Nuevamente el silencio reinó en el dormitorio, cuando de pronto una pregunta inocente me devolvió el alma al cuerpo: ¿Qué dijiste muchacho? Tremenda fue mi sorpresa que no me quedó otra cosa que repetirle lo dicho cuando irrumpió nuevamente: Lo que sucede es que ya estoy muy viejo y no escucho muy bien, a ver si puedes hablar un poquito más alto… decía mientras me dibujaba una sonrisa. Hice lo mismo, sonreí.

Estaba a punto de empezar formalmente la entrevista cuando él me dijo: Qué milagro que deseas hablar conmigo, siempre te veo pasar de un lado a otro, sobre todo en las mañanas o venir directamente a la cama con la ropa que llegas cuando lo haces casi amaneciendo sin decirme ni una sola palabra. Siento el peso de todos tus libros cuando lanzas tus folios de la maestría, los sacas y los vuelves a dejar sobre mi lomo, sería bueno que los leyeras de vez en cuando en lugar de sacarlos sólo a pasear, jajaja… Dicho esto, lo único que atiné a responderle, de manera timorata fue: Sí los leo… El viejo señor Mesita de noche, volvió a reír y a mirarme de manera desconfiada.

Entonces decidí que era momento de empezar a ser yo el entrevistador y él el entrevistado. En la maestría me encargaron que le hiciera una entrevista y bueno, no sé si podría empezar… Fue lo que llegué a decir cuando de pronto me mostró una cara de desconfianza y me dijo: Claro, si no es así no hablas conmigo, ¿no? A lo que yo le contesté: Es un buen método de acercamiento, ¿no lo cree? Usted tampoco no me dice nada, yo también soy un poco despistado… Entonces dijo: Bueno, eso si, eso si… jejeje… Cuando quieras muchacho, estoy dispuesto.

Empecé preguntando: ¿Cómo se siente en estos momentos? A lo que él respondió: Siento el peso los años sobre mí, a propósito, ¿podrías quitarme algunos libritos? Los que ya no leas, claro, jejeje… Sí claro -dije- entonces retiré algunos folios y los puse sobre mi ropero. Continué con el diálogo: ¿y ahora ya se encuentra mejor? –pregunté. Pues si, ya mucho mejor –respondió en el acto. Para contarte un poco de mí –continuó diciendo-, he vivido bastantes años con el dueño de la casa, hasta que su mujer se fue a vivir lejos y él se quedó solo. Éste hombre había vendido todo pues tenia una deuda importante que saldar, te digo esto porque había dejado las hojas de cobranza sobre mí –me lo dijo susurrando-. Por esa misma época empezó a leer poesía, yo jamás me lo hubiera imaginado, jeje… Pero en fin, me he dado cuenta que las personas cambian de acuerdo a las circunstancias. Pero si quieres que te confiese una inquietud, jovencito, siempre quise saber por qué nunca me vendió…

En ese momento me puse a pensar que quien tenía al frente era alguien tan interesante como cualquiera que me hubiera tocado entrevistar, entonces me pregunté ¿qué podría pensar, como estaría su autoestima? Entonces le dije: Seguramente no lo vendió porque era su mesita de noche también y lo llegó a estimar por ello. Fue entonces cuando percibí una sonrisa en la vetusta tabla magullada por los años: ¿Tú crees? -preguntó algo temeroso. Por supuesto, ¿no dice que le puso encima hasta papeles importantes? Así nomás no se confía en cualquiera. De pronto por lo dicho, yo mismo me estaba sentido mejor. Continuamos con la entrevista.

Le pregunté, ¿qué ha visto de mí que no vio con el dueño del departamento? Pues –contestó- que tú pones tu canguro siempre sobre tus libros, antepones ciertas cosas de gusto, e incluso diría banales, por algunas que son importantes. Como está en tus apuntes de Comportamiento Organizacional, prefieres hacer cosas urgentes a importantes. ¿Pero cómo ha podido leer…? -pregunté absorto- ¿No recuerdas que te mencioné lo las hojas de deuda del dueño? –Se justificó- Ah es cierto… –respondí resignado. Completó diciendo: He visto que eres un poco descuidado, a diferencia de la señora, que era muy ordenada. Supongo que eso es lo que más extraña el señor de ella, ¿qué será de su vida ahora?. ¿Se refiere a la vida de la señora? –pregunté de pronto. Si pues, desde que se separaron no he vuelto a saber de ella. Pensé que me llevaría pero… aquí me ves –dijo en tono apenado.

Estar aquí no puede ser tan malo… ¿o si? –pregunté. Bueno, para empezar ella me tenía con un mantelito bien bonito cubriéndome y no era mesita de noche, digamos que ocupaba un lugar en el pasillo donde sobre mí tenía una linda jarra… Era alguien importante. En su rostro se dibujaba una sonrisa de orgullo, de añoranza de viejos tiempos. ¿Qué es lo que más le desagrada de mí? –pregunté nuevamente. Que no dices ninguna palabra, que me cargas y cargas con cosas, que no me pones bonito… –lo miré con cara de asombro- ¡Oye! todos tenemos algo de vanidad, ¿o no? Bueno si, tiene razón –dije completándole la idea.

Bueno jovencito, de veras que me gustó la conversa pero me parece que ya es un poco tarde y necesito descansar, no por el hecho que sea una mesita de noche me voy a quedar despierto toda la noche, ¿no? Así no es jovencito, así no es… Conforme terminaba su discurso la voz se le apagaba como aquel sueño que va llegando a su fin y te toca despertar. Así fue, me levanté de la cama, me dirigí a mi mesita de noche, la desocupé un poco de cosas que ya no usaba, le puse un mantelito y le deseé que la pase mejor hasta la siguiente oportunidad que nos toque conversar.

Quasimodo/2006

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ta bonito chato de la barca, tenias tu don escondido. Con tal que no te desvies a escribir como Jaime Bayly ta chevere. :P

Anónimo dijo...

Te puliste con la mesita de noche, deja que fluya tu arte y que nadie te presione. Suerte y sigue así
Lalin